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La mansión Winchester Parte I

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"Ha sido usted invitado a la reunión de jóvenes 
empresarios que tendrá lugar el próximo jueves
en la mansión Winchester a las 22:00 . 
Un coche pasará a recogerle a las 21:00 "                                                                                


Cuando Richard recibió esta invitación estuvo a punto de tirarla a la basura. No sabía ni quién ni por qué la enviaba. Pero luego lo pensó. Quizás no fuera tan mala idea. Al fin y al cabo, una fiesta seguro que le audaba a olvidar a Charleen. No podía explicarse como, después de cinco años, se había acabado todo. Además, seguro que en la fiesta había alguna "joven empresaria" guapa y soltera.
Así que llegó el jueves, y Richard se puso un elegante traje negro con una camisa gris marengo y, por supuesto, sin corbata. El coche llegó justo a las nueve, ni un segundo antes ni uno después. Richard se acomodó en el asiento de atrás y se preparó para la hora de viaje que había hasta la mansión Winchester.
La mansión Winchester había quedado abandonada muchos años atrás, tras la muerte del doctor Winchester. Tal vez por su proximidad con el viejo psiquiátrico, o tal vez por los rumores sobre fantasmas, la mansión no había vuelto a ser ocupada.
Cuando Richard llegó ya había otras tres personas allí, dos hombres y una mujer. Uno de los hombres se presento como Stanley Johnson. Era alto, con el pelo castaño y los ojos verdes. El otro hombre, de pelo negro recogido en una coleta y ojos marrones, se llamaba Bill Demphsey. La mujer era rubia con una preciosa melena rizada,  se llamaba Caroline Murray.
Bill le preguntó a Richard que si era él el que había organizado todo eso, y Richard negó con la cabeza. Stan dijo que a el no le importaba mientras hubiera barra libre, y se sirvió un wishky mientras le guiñaba un ojo a Caroline, que se dio la vuelta con una mueca de desprecio. De repente la puerta se abrió de nuevo y apareció una chica morena con el pelo y los ojos oscuros y aspecto de tímida. Richard quedó fascinado al momento. Pero cuando iba a acercarse a ella Stan se le adelantó.
- ¡Buenas noches, preciosa! Me llamo Stan y estoy a tu disposición absolutamente para todo lo que quieras, ya me entiendes....
La chica se quedó sorprendidisima, pero Caroline intervino rápidamente.
- No le hagas caso, es un poco... bueno, no merece la pena ni buscar un insulto. Me llamo Carolin. Estos son Bill y Richard.
- Yo soy Beverly, pero podeis llamarme Bev. Y la verdad es que no tengo muy claro que hago aquí.
- Ni ninguno de nosotros, preciosa. Así que venid todos al salón y nos tomamos unas copas hasta que nuestro anfitrión aparezca.
Se sentaron todos en el salón con una copa en la mano. Empezaron a hablar de sus negocios, y Richard se fue dando cuenta poco a poco de que le gustaba Bev. Cuando se dieron cuenta llevaban casi dos horas hablando,  Caroline se levantó y recogió sus cosas.
- No aguanto ni un minuto más este desproposito. Llevamos dos horas aquí y ni siquiera se ha dignado a aparecer quien sea que nos ha invitado. ¡Yo me largo!
Se dirigió hacia la puerta, pero estaba cerrada. Fue a la puerta trasera, pero tambien estaba cerrada. Todos se levantaron e intentaron abrir una a una todas las puertas y ventanas de la casa. Bev se puso nerviosa.
- ¿Qué pasa? ¿Quién ha sido el gracioso? ¡Porque no tiene ninguna gracia!
Richard le pasó el brazo por encima de los hombros para tranquilizarla. Como por casualidad (o por lo poco que le conocían) miraron a Stan.
- A mi no me mireis, os juro que yo no he sido.
- Pues alguien tiene que haberlo cerrado todo. Las cosas no pasan solas -dijo Bill.
- O sí. -esta vez fue Caroline la que intervino- En esta casa ha fantasmas. ¿No habeis escuchado la historia? El doctor Winchester estaba durmiendo tranquilamente cuando cinco locos fugados del psiquiatrico que esta al lado se colaron en la mansión y le torturaron hasta matarlo. Desde entonces dicen que sigue en la casa. A lo mejor se ha enfado porque hemos asaltado su minibar.
- No deberías reirte de los muertos -dijo Bev.
- ¿No irás a decirme que crees en esas cosas?
- Pues sí, creo en ello y no me avergüenza reconocerlo.
- Bueno, no os preocupeis. Una casa tan grande como esta tiene que tener servicio de limpieza. Seguro que mañana a primera hora aparecen. Y si no los coches tiene que venir a recorgernos a las diez. Ya avisarán ellos a alguien. Solo tenemos que aguantar esta noche.
- La verdad es que a mi no me hace gracia pasar aquí ni una noche. Es muy siniestro -dijo Richard mientras abrazaba a Bev.
De repente se fueron las luces. Bev gritó y se abrazó a Richard, que empezó a ponerse muy nervioso. Bill encontó una vela, la encendió y dijo:
- Voy a buscar la caja de fusibles. Seguramente esté en el sótano.
- ¡No! ¡No vayas, por favor! Vamos a quedarnos todos juntos.
- Tranquila, Bev -dijo Richard- No va a pasar nada. Yo estoy a tu lado.
Bill se fue hacia las escaleras, y los demás se quedaron en el salón. De repente Caroline Gritó y se oyó un golpe.
- ¿Qué pasa? -chilló Bev al borde de la histeria.
- Nada -contestó Caroline- Que el degenerado de Stan me ha tocado el culo.
- Preciosa, está demostrado que nueve meses después de los grandes apagones aumenta la natalidad. Tu y o podríamos ponernos manos a la obra.
En ese momento se encendieron las luces, y Caroline sonrió.
- Mala suerte. Ya hay luz.
- No te preocupes, muñeca. Tenemos toda la noche por delante.
Pero a pesar de que ya había luz, Bev seguía preocupada.
- Ya hay luz, pero ¿dónde está Bill?
- Es cierto -dijo Richard- Ya tendría que haber vuelto.
- No os preocupeis. El tío Stan irá a buscarle. ¿Alguna de nuestras encantadoras damas quiere acompañarme?
- Ni lo sueñes -dijo Caroline.
- Bueno, al menos lo he intentado.
Stan se fue, y Caroline dijo: 
- Ahora que se ha ido ese pesado voy a buscar un baño. Creo que una bañera llena de espuma me vendrá bien para relajarme.
Richard y Bev se quedaron solos. Los dos se gustaban, y estaban un poco nerviosos.
- Bueno - dijo Richard - cuando salgamos de aquí, ¿te espera alguien?
- No tengo novio, si es lo que quieres saber.
- Lo siento, no quería ser indiscreto.
- Y a ti, ¿te espera alguien?
- No, mi novia... bueno, mi exnovia, me dejó hace un par de meses.
- No te preocupes. No te conozco, pero pareces un buen tío. Seguro que encoontrarás a alguien muy pronto.

CONTINUARÁ

¿Y si los sueños se hicieran realidad?

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Antes eran amigos. Se llevaban bien, bromeaban... Pero un día cambió. El amor se cruzó entre ellos. Ella se enamoró locamente de el. Y desde el primer momento supo que él no debía saberlo. Se lo guardó para ella. Estaba con él, le sonreía cuando en realidad tenía ganas de besarle, de abrazos. Pero tenía miedo. Tenía miedo de perderle si se entereba. No podría soportar eso. Cada momento pensaba en él, no le olvidaba ni un solo instante. Si no pudiera hablar con él, mirarle, reir con sus chistes malos, solo quedarían sus sueños, y eso no era mucho consuelo, porque al despertar todo se acaba. Cada vez que le veía sentía escalofríos, y tenía ganas de tirarse a sus brazos y besarle. La vida sin verle no sería vida. Por eso no podía ddecirle que le quería. Porque sentía que si se alejaba de ella sufriría inmensamente.
Él la trataba muy bien. Era cariñoso, amable... en fin, seguro que tenía algún defecto, pero no lo mostraba. Al menos cuando estaba con ella. ¿Cómo no enamorarse de un chico así?
Ella no lo sabía, pero él sentía algo también. Desde hacía unos meses se había dado cuenta de que los mejores momentos del día los pasaba junto a ella, de que si un dia no la veía la echaba de menos, y de que podía quedarse horas mirando sus ojos. Era la chica que siempre había buscado, y hasta ese momento no se había dado cuenta de que la tenía delante. Pero no sabía si decirselo, aunque sus miedos no eran los de ella. Él sabía que no la iba a perder por eso, que no se iban a distanciar si su respuesta era "no". Pero precisamente eso era lo que temía: un "no". Tenía un miedo tremendo a que le rechazara. Asi que decidió esperar.
Estaban en una fiesta. Él llebaba toda la tarde intentando animarla. Pero no pudo hacer mucho. Estaba de bajón. Le veía ahí, sonriendo y bailando, y pensaba que nunca estarían juntos. Decidió salir a la terraza. Quizás el aire fresco la animaría un poco. Hacía frío, y solo llevaba una camiseta de tirantes, pero le dio igual. Necesitaba estar sola. Una lágrima se deslizó por su mejilla.
En ese momento entró el. Llevaba un jersey negro de cuello, pero aún así iba enrollado en una manta.
- ¿Qué haces aquí sola?
- Nada, no te preocupes. Quería tomar un poco de aire.
- Claro, por eso estás llorando. ¿Te crees que soy tonto?
- Por supuesto que no. Solo estoy un poco triste, nada más.
- Dime por qué. Sabes que no se lo voy a contar a nadie.
- No, no puedo decirtelo. Es muy... complicado.
- No soporto verte llorar.
Se miraron y el mundo se paró un instante. Se acercaron poso a poco hasta fundirse en un beso. En un beso dulce, perfecto.
Ella pensó que estaba soñando. Nunca había tenido suerte en el amor. 
Cuando se separaron se volvieron a mirar., y un escalofrío recorrió su cuerpo. Quizás fueran los nervios, o el frío, o la ilusión, o las tres cosas. El lo notó y se quitó la manta para ponersela sobre los hombros. La abrazó con todas sus fuerzas y volvió a besarla.
Vieron amanecer allí, sentados en el suelo, entre besos y miradas. Sobraban las palabras cuando eran capaces de decirselo todo al mirarse. Ella había soñado tantas veces con ese momento que necesitó pellizcarse el brazo para saber que era cierto.
Se quedaron dormidos, y tardaron mucho en despertarse. No podía haber un lugar mejor que ese en aquel momento. A la mañana siguiente los dos tenían un reflejo de felicidad en la cara. 
- Buenos días, princesa.
- Hola.
Se miraron. Pero tambien se dieron cuenta de que todos sus amigos les miraban. Él se levantó y cerró la puerta de la terraza. Se acercó a ella y fue a besarla, pero ella apartó la cara.
- ¿Qué pasa?
- Necesito saber que significa esto para ti.
- Yo...
- No, dejame terminar. Necesito saber si es un rollo de una noche o algo más. Se que debí decirtelo antes, pero tenía miedo de perderte. Estoy enamorada de ti. Por favor, necesito saber que ha sido esto para ti.
- Yo quiero estar contigo, quiero tenerte todos lo dias a mi lado, quiero besarte cada vez que te vea. Quiero salir contigo.
- Por favor, dime que no estás bromeando. ¡No puedo creer que esto esté pasando!
- ¿Eso es un sí?
- ¡Por supuesto!
Todo era maravilloso si estaban juntos. Todo dolía menos, las penas no eran tan fuertes... Lo compartían todo, fuera bueno o malo. Aprovechaban cualquier ocasión para decir "te quiero" y cualquier momento era bueno para fundirse en un beso, en unos besos que, a pesar del tiempo, conservaron la pasión y la dulzura del primero.

El parque

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A Ainhoa le encantaba ir a leer a un parque cercano a su casa. Le parecía maravilloso perderse en medio de la ciudad, en uno de esos pocos lugares en los que no s eescucha el ruido de los coches, ni hay gnte con prisa que se abre camino a empujones sin volverse a pedir perdón. Allí todo era paz y tranquilidad. Siempre que ni tenía planes Ainhoa iba allí, se relajaba, pensaba en sus cosas...
Había un chico que también iba mucho al parque y que, desde hacía algún tiempo, se había fijado en ella. Se pasaba las tardes medio oculto, sentado, mirándola. Pero no se atrevía a acercarse. Le daba muchísima vergüenza. Hasta que un día se decidió. Tenía que hablar con ella. Estuvo a punto de dar la vuelta, pero tenía que ponerle nombre a la chica que ocupaba sus sueños. Le temblaban las piernas, y cada metro que se acercaba a ella se le aceleraba un poco más el corazón.
Ainhoa vio acercarse a un chico muy guapo. Era moreno y tenía unos ojos verdes preciosos. Pensó que habría quedado con alguien, pero no había nadie más allí. Así que se dijo a sí misma que iría a pedirle la hora, o un cigarro o algo así. Por eso se sorprendió tanto cuando vio que se sentaba a su lado y empezaba a hablar con ella.
- Hola, ¿qué tal? Soy Daniel.
- Hola. Yo soy Ainhoa.
- Verás, esto me da un poco de vergüenza. No se como decirlo... Llevo un tiempo viendote por aquí y... bueno, me parece que eres preciosa.
- ¡Vaya! Gracias. No se que decir.
- No hace falta que digas nada. Mejor nos vemos otro día. Adios.
Se levantó y se fue corriendo.
Ainhoa no se lo podía creer. Nunca había tenido demasiado éxito entre los chicos. Ese tipo de cosas les pasaban a sus amigas. Así que no pudo evitar que una sonrisa tonta apareciera en sus labios.
En el fondo estaba deseando volver a encontrarse con él, aunque solo fuera para saber si era una broma o no. Cada vez iba al parque con más frecuencia para ver si estaba allí. Pero tuvo que esperar dos semanas hasta que le vio acercarse.
Estaba guapísimo. Llevaba un jersey de cuello alto negro y una chupa de cuero. Ainhoa empezó a ponerse nerviosa. Ese chico le gustaba. Cuando llegó al banco, se sentó y empezó a hablar.
- Perdona lo del otro día. No debí soltarlo así, de sopetón. Soy un bruto. Espero no haberte molestado.
- No te preocupes, no me molestó en absoluto. Solo me sorprendió. Nunca me había pasado algo así.
- ¿Que un tio al que no conoces de nada se te declare?
- Bueno, eso tampoco, pero no exactamente.
- ¿Entonces?
- Nunca me habían dicho que soy preciosa.
- Pues lo eres.
- Gracias. Desde luego, sabes como subirle la moral a una chica.
El sonrió. Tenía una sonrisa preciosa. Empezaron a quedar. Daniel era dulce, simpático, divertido, cariñoso... y Ainhoa no pudo evitar enamorarse de él. Pero no quería estropear las cosas.
Llevaban dos meses viendose. Estaban hablando, como siempre, cuado de repente los dos se callaron y se quedaron mirándose. Él se acercó y se funderon en un largo beso. El tiempo se paró.  No existía nada antes de ese beso y sin él nada habría existido después.
Empezaron a salir y estuvieron juntos cuatro años. Con sus buenos y sus malos momentos, pero consiguieron vencer las tempestades. Aunque hay cosas que ni el amor puede evitar.
Aquel día habían quedado a las siete en el parque. Ainhoa estaba esperando. Eran las siete y media y Daniel aún no había aparecido, lo cual era muy raro, porque siempre era muy puntual. Le llamó al movil, pero no se lo cogía. Empezó a preocuparse, pero decidió esperar un poco más. A las ocho llamó a su casa, pero no se lo cogía nadie, así que dejó un mensaje pidiendo que la llamara, que estaba preocupada, y diciendo que se iba a casa.
Ya eran casi las diez cuando sonó su movil. Era la madre de Daniel, y notó en su voz que algo no iba bien.
- Hola.
- Hola. Verás... Voy a ir directa al grano... Daniel ha tenido un accidente. Está en el hospital. Los médicos dicen que no hay esperanza y.... quiere verte.
A Ainhoa le dio un vuelco el corazón. No podía estar pasando.
Fue corriendo al hospital. Cuando llegó, la madre de Daniel la hizo pasar a la habitación. Ainhoa entró sin saber lo que se iba a encontrar. Y no pudo evitar romper a llorar cuando le vio sonreir.
- Hola princesa. Acercate, anda. Ya te habrán dicho que me estoy muriendo.
- No digas eso, por favor.
- Es la verdad, y cuanto antes lo aceptes, mejor. Solo quería darte las gracias por estos años, por estar a mi lado en cada momento, por tus besos. Quiero que sepas que eres lo mejor que me ha pasado nunca. Me has hecho vivir y amar. 
- Te amo. Eres lo más importante para mi. No me dejes, por favor. Si tu no estás, no hay nada por lo que seguir.
- No digas eso. Tienes que seguir adelante. Prometeme que volverás a enamorarte. 
- No voy a poder. Mi corazón es tuyo, y siempre lo será.
- Dame un beso. Es lo único que quiero llevarme.
Se besaron, y fue el beso más dulce que se habían dado nunca. Todas las despedidas que jamás podrían expresar con palabras estaban en ese beso.
Daniel iba notando que se le escapaba la visa poco a poco.
- Se que siempre voy a estar en tu corazón, pero tienes que rehacer tu vida. Se que tu corazón es tan grande que caben más de dos personas. Solo tienes... que...
- ¡Daniel! ¡Daniel1 ¡ No me dejes! ¡No te vayas! 
Pero ya no dijo nada más. Ainhoa jamás podría olvidarle. Quizás volvería a amar, pero tendría que pasar mucho tiempo. Al menos el suficiente para que su corazón se recuperase, y no iba a ser fácil. No podía creer que no fuera a sentir sus caricias nunca más, que no volvería a abrazarla, ni volvería a ver su sonrisa. Pero siempre tendría el recuerdo de ese último beso, en el que se resumían cuatro años de un amor tan fuerte que, al menos en el corazón de Ainhoa, sobrevivió muchos años, por no decir que nunca llegó a irse.

                                      
      

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